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Educar sin estereotipos, clave para salvar los sueños

  • Fecha de publicación: 28 Agosto 2020
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Pioneros cubanos

En la casa, cuando se asume que ellas son responsables de las tareas domésticas y los hombres solo apoyan. En el centro laboral, cuando un jefe decide promover a un subordinado del sexo masculino por temor a que una mujer, quizás más capaz, salga embarazada y no tenga tiempo suficiente. En el consultorio médico, cuando una doctora pregunta a una madre trabajadora si no será mejor dedicarse por exclusivo al cuidado de su bebé. En el hospital, cuando le prohíben a un padre quedarse con su hijo recién nacido. En el parque, cuando juzgan a la niña que juega con trompos o le reclaman a un pequeño porque “los hombres no lloran”. En la televisión, cuando una novela valida el amor romántico como justificación de los celos extremos y el control.

La lista sigue y sigue. Al fin y al cabo, en una sociedad marcada por el machismo ancestral, los estereotipos de género aparecen donde menos los esperas. Afianzados en normas sociales, costumbres y tradiciones, se reproducen en casi todos los espacios muchas veces de forma inconsciente. Suelen entenderse como parte de la normalidad, pero, en realidad, condicionan y limitan el desarrollo pleno de muchas mujeres y también de varios hombres.

Las escuelas no están ajenas. Bajo la influencia de más de un prejuicio sexista, algunos colectivos pedagógicos tratan de forma diferenciada a niñas y niños. También allí suele adjudicarse a los varones los roles protagónicos, de proveedores de bienes y recursos para el hogar, mientras que a las hembras se les asocia al espacio hogareño, las labores domésticas, de cuidado de animales y personas.

Las inequidades están presentes, solo que se expresan de otros modos, a veces más sutiles. Pero las consecuencias son igual de peligrosas: muchas veces derivan en manifestaciones de violencia al interior de los espacios educativos. Cuando Cuba se prepara para dar inicio a un nuevo curso escolar, marcado por las modificaciones inevitables que la pandemia de la COVID-19 deja en todas partes, vale la pena acercarse a otra brecha de género, la educativa, que amenaza la realización plena de niños y niñas.

Brecha educativa, una realidad confirmada

En el ámbito escolar los estereotipos de género se expresan de muchos modos, unos más evidentes que otros. Están en los libros de historia que opacan o excluyen los logros y relatos protagonizados por mujeres; en los profesores que tratan con condescendencia a las hembras, mientras exigen resultados superiores a los varones; en la definición de juegos, deportes y actividades diferenciadas en función del sexo; en el rechazo a niños y niñas que no se ajustan a las normas socialmente aceptadas para un género u otro; en un lenguaje que suele invisibilizar a las alumnas con la utilización del masculino para referirse al plural. Los ejemplos se acumulan: casi siempre ellas juegan con desventaja.

Según un estudio realizado por la Asociación Estadounidense de Mujeres Universitarias (AAUW, por sus siglas en inglés), el sistema educativo imperante en muchas sociedades desmotiva de forma involuntaria a niñas y muchachas a desarrollar intereses en la ciencia, matemática y otros temas académicos.

Los resultados de una encuesta realizada a estudiantes entre los nueve y quince años de edad indicaron que “las escuelas ofrecen menos a las niñas”. La AAUW explicó que a ellas se les requiere menos en la clase, se les hacen menos preguntas, pasan menos tiempo útil en los laboratorios de computación y de ciencia y, generalmente, reciben menos atención de los maestros.

Estos comportamientos, indican los expertos, suelen estar justificados por percepciones estereotipadas según las cuales la independencia y la inteligencia son incompatibles con la feminidad. Tales ideas impactan directamente en la educación de las más jóvenes, que a veces autolimitan sus capacidades y frenan su desarrollo en un intento por encajar.

Cuba no escapa a estas realidades. Varios estudios demuestran que en el ámbito escolar del país se reproducen prácticas que acentúan inequidades de género. Según la doctora en Ciencias Pedagógicas, Yohanka Rodney, se expresan en “un sistema de influencia educativa que se ejerce sobre las niñas y adolescentes, por parte de adultos de la comunidad educativa, para que cumplan con las expectativas asociadas a los roles tradicionales de género”.

La profesora de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona explicó a Cubadebate que, en el caso de los varones, se produce un reforzamiento de patrones de la masculinidad hegemónica, obstaculizándose otras formas de expresión.

En tanto, la también doctora en Ciencias Pedagógicas, Miriam Rodríguez Ojeda, argumentó que la propia organización de la vida en las escuelas tiende a “coartar los roles formales e informales que se asumen durante las actividades y estimula modos de comportamiento y comunicación basados en la competencia, subordinación y la asimetría de poder”.

Esto se evidencia en textos, láminas, programas televisivos, murales y otros recursos educativos, cuyos mensajes explícitos e implícitos legitiman brechas de género.

“Se siguen reproduciendo las labores del hogar volcadas hacia las mujeres. Mientras, en las imágenes que abordan la utilidad del trabajo y las profesiones que tienen una remuneración mayor, los protagonistas son hombres. Los héroes son totalmente masculinos”, dijo la también profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

Otros expertos coinciden. El manual Educar para la Igualdad, realizado como parte de la Campaña ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas en Cuba, abunda en la prevención y atención educativa de la violencia de género en el contexto escolar. Para ello, analiza los diversos aspectos que limitan la igualdad de género en los centros educativos.

Según sus autores, en las escuelas se suele estimular una mayor capacidad para el diálogo en las niñas, pues se considera que en los varones prima más lo enérgico y el uso de la fuerza. Además, se propicia más la participación de ellas en las actividades socio-culturales, se exaltan los personajes masculinos en las clases de Historia y otras asignaturas y hay diferencias sexistas en el lenguaje utilizado.

En paralelo, persisten roles asignados a cada estudiante en las aulas en función de su sexo. Mientras a los varones se les pide, por ejemplo, que vayan a buscar maderas para el arreglo de unas sillas rotas o arreglen el cable que conecta el video al televisor, a las muchachas se les encomienda ir a la dirección a aclarar un dato o barrer el aula.

Las prácticas estereotipadas, aparentemente normales, conforman lo que los expertos conocen como currículum oculto, que se refiere a los aprendizajes incidentales, sociales y culturales donde cobra una importancia fundamental el ejercicio del poder, la reproducción y las resistencias de los individuos, lo cual no está explícito en los planes de estudio formales.

Según Rodney, todo esto termina condicionando una brecha educativa ubicada “entre lo que plantean los resultados investigativos y la política educativa, así como entre esta última y lo que ocurre en la práctica educativa. La existencia de un currículum oculto da cuenta de ello también”.

Como consecuencia, se reproduce un sexismo escolar sustentado en una distribución asimétrica de roles y actividades para cada sexo y en las vivencias afectivas y el apoyo emocional que el profesorado desarrolla en las relaciones con el alumnado. También se consolidan relaciones desiguales e inequitativas que provocan violencia y acoso, detalló Rodríguez Ojeda.

Además, se produce una legitimación de la cultura patriarcal, se violan múltiples derechos tanto en adultos como en estudiantes y se obstaculiza una mayor calidad en el proceso educativo.

Marcados por la influencia de estos y otros estereotipos sexistas, muchachos y muchachas pueden sufrir pérdida de autoestima y confianza en sí mismo y alteración de la salud física y mental; lo que deriva en embarazos precoces y no deseados, depresiones, menor aprovechamiento escolar, absentismo, abandono escolar y desarrollo de comportamientos agresivos, argumentó Rodney.

Resulta claro entonces: la persistencia de estereotipos y desigualdades sexistas dentro de las escuelas supone también un precedente para el desarrollo de la violencia de género en estos espacios. Los estudios la identifican en diversas formas, simbólica, psicológica, verbal, física… Además, advierten, puede ocurrir tanto entre estudiantes como entre estos y los profesores.

La crítica, presión y en ocasiones persecución a niños y niñas que no cumplen con los estereotipos de género y sexualidad establecidos por la sociedad patriarcal y el aislamiento generado por rumores promulgados por los propios grupos de estudiantes, son formas habituales en las que se detecta, dijo Rodney.

A esto se suma, “la reproducción de modelos verticalistas y estereotipados en las normas establecidas, el control de la disciplina vinculado al chantaje emocional y el abuso de poder por parte del profesorado ya sea por imposición y represión, que es aprendido por los líderes estudiantiles”, añadió Rodríguez Ojeda.

La equidad como reto

Aprender a identificar los estereotipos de género que se validan a diario en las escuelas y asumirlos como un conflicto a enfrentar es un desafío urgente de la educación cubana. Según Rodney, es necesario un trabajo sistemático, permanente y coherente con profesionales de la educación, trabajadores de apoyo a la docencia y el resto de los miembros de la comunidad educativa, incluyendo la familia.

Además, hay que favorecer actitudes y comportamientos de igualdad que rompan el binomio dominio-sumisión y transformen los estereotipos, con el fin de lograr la igualdad y un cambio de mentalidad que prevenga la violencia de género. Para ello urge transformar las referencias culturales que validan las discriminaciones por motivo de género y sexualidad, relacionar respeto e igualdad con derechos humanos y favorecer la construcción de una identidad propia y positiva, no sexista.

La tarea no es fácil, pero, por suerte, no hay que empezar desde cero. Como reconoce Rodney, en Cuba el cuidado y protección de la infancia es una realidad en todas las esferas de la vida. “En el contexto escolar son numerosas las normativas, resoluciones ministeriales y decretos vigentes creados como garantes de la educación sexual y formación integral de estudiantes, familiares, y profesionales de la educación, entre otros”.

Específicamente para estos temas, el Ministerio de Educación (Mined) aprobó la Resolución Ministerial 139/2011 que establece el Programa de Educación de la Sexualidad con Enfoque de Género y Derechos Sexuales. Esta regulación, explica Rodríguez Ojeda, pretende “lograr un comportamiento sexual sano, pleno y responsable mediante la formación y desarrollo de conocimientos y habilidades psicosexuales, sustentado en los derechos sexuales y la igualdad de género”.

Además, comentó Rodríguez Ojeda, se han realizado múltiples manuales, folletos y libros dirigidos a los maestros relacionados con la educación de género y para la igualdad, que se han distribuido en las escuelas desde el año 2010. Desde la academia, otros proyectos se han sumado para dinamizar este empeño.

La Universidad Pedagógica Enrique José Varona, por ejemplo, realizó estudios sobre el bullying homofóbico en instituciones educativas cubanas y la educación de la sexualidad integral para prevenir la violencia. Mientras, la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana impulsa el Proyecto “Espejuelos de Género”.

Más allá de los logros, aún quedan desafíos por enfrentar para erradicar la discriminación y la violencia en las escuelas cubanas. Desde la perspectiva de Rodríguez Ojeda, urge consolidar estrategias educativas que promuevan la igualdad y prevengan la violencia de género.

Para ello vale la pena generar mayores espacios de diálogo con infantes, adolescentes y jóvenes e intercambiar, cuestionar, aportar desde sus experiencias, conflictos, vivencias y temores. “Estos espacios pueden ser promovidos desde las redes sociales:  Facebook, Instagram, WhatsApp, Tick-Tock, Pinterest, los gestores serían ellos mismos con administradores especialistas en el tema que orienten a estos segmentos de población”, amplió.

Además, aseguró Rodney, es necesario contar con indicadores en las normativas, resoluciones y decretos educativos que permitan identificar las diversas formas de violencia de género con el fin de que su atención y prevención no pase inadvertida.

Se trata de potenciar modelos educativos que naturalicen la individualidad, la singularidad, la pluralidad y la equidad, para que niñas, niños y adolescentes puedan alcanzar su desarrollo pleno más allá de sus diferencias. En definitiva, los estereotipos sexistas en la educación también pueden silenciar los sueños.

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