¿Espejos dónde mirarse?
Marieta Cabrera y Krystell Aspillaga / Fuente: Revista Bohemia
Yo no diré qué mano me lo arranca,
ni de qué piedra de mi pecho nace:
Yo no diré que él sea el más hermoso…
¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!
(“Al Almendares”. Dulce María Loynaz)
La Habana está surcada por ríos. Como finas arterias se dibujan sus cauces en el cuerpo de la ciudad. Colmados de meandros, parecen esconderse por momentos con la timidez de los arroyos que también los alimentan, para reaparecer luego y continuar su eterno viaje al mar.
Quizás muchos habaneros que hoy sobrepasan las cinco décadas de vida recuerden cuando eran niños y chapoteaban en el río más cercano. Orlando Pérez Cisneros es uno de ellos. Desde los cuatro años vive cerca del puente de la calle Mayor, en el municipio de San Miguel del Padrón, por debajo del cual corre el río Luyanó.
“Cuando era pequeño me bañaba en estas aguas. Estaban limpias y veíamos hasta los pececitos”, evoca con añoranza. “Sin embargo, mis nietos nunca han podido hacerlo porque desde hace mucho tiempo están llenas de inmundicia”.
Cuando algún vecino repara su casa, los escombros van a parar a las aguas del Luyanó, refiere Orlando. Agrega que aunque hay algunos contenedores para la basura, Comunales demora en vaciarlos y se desbordan. “Eso propicia que muchas personas no caminen hasta el tanque para depositarla y la tiren al río sin pensarlo dos veces”.
En ese municipio capitalino, en la zanja ubicada en las calles 108 y Capitán Núñez, que confluye en el mencionado río, una montaña de desechos se levanta bajo el puente existente en el lugar, donde también hay tuberías que vierten aguas albañales.
Mientras camina de prisa por el trillo que bordea la zanja, una adolescente vestida con el uniforme de secundaria mira de reojo a un perro que hurga entre los desperdicios y apura el paso, como para dejar atrás el desagradable panorama.
Elianne Blanco Valdés, sin embargo, no puede esquivarlo aunque lo desee. A pocos metros de ese foco infeccioso está su casa, donde vive desde que nació, hace 20 años. Cuenta la joven, madre de dos niños, que la zanja siempre ha estado en esas condiciones. “Los trabajadores de saneamiento la limpian y a los pocos días vuelve a formarse el microvertedero”.
En un recorrido que realizó el equipo de BOHEMIA por los ríos Luyanó, Martín Pérez, Almendares y Quibú constató a simple vista la contaminación de esos cuerpos de aguas superficiales –agravada por la falta de un sistema regular de recogida de los desechos sólidos urbanos–, mal que padecen, aseguran especialistas, los 12 existentes en la capital.
Los ríos grandes generalmente se autodepuran con las avenidas en tiempo de lluvias, pero los que surcan la capital son cortos y de escaso caudal.
El más caudaloso es el Almendares, al cual se le hizo en 1974 la presa Ejército Rebelde para regular las avenidas y evitar inundaciones a la población, además de utilizarla en la recarga del manto freático, explica el ingeniero Luis Arturo Barinaga Quevedo, subdirector de desarrollo y planeamiento de la delegación provincial de Recursos Hidráulicos de La Habana. “Pero al final con eso se le está cortando al río, en su nacimiento, el agua limpia que puede traer”, acota.
“Después de eso –continúa– se creó el reparto Eléctrico, con un sistema de alcantarillado que cuando no funciona vierte los residuales a dicha presa, o lo que es lo mismo, al Almendares. También se construyeron asentamientos como Altahabana y Mulgoba, sobre la cuenca hidrográfica Vento-Almendares, donde la cobertura de alcantarillado es muy poca y los residuales de gran parte de esa población se infiltran al manto, con un peligro de contaminación inminente, o sencillamente los tiran crudos al río”.
¿Retretes públicos?
Tras ajustarse botas y guantes, Antonia Lozano Medina hunde el cubo en el río y colecta un poco del agua que luego conservará en frascos esterilizados dentro de la nevera portátil. Así, los traslada al laboratorio donde es analizada la calidad del líquido.
Con una experiencia de más de 30 años en estas labores, la especialista de la Empresa de Aprovechamiento Hidráulico La Habana refiere que cuentan con una red de calidad y control de las contaminaciones (Redcal), integrada por 144 estaciones de muestreo.
Estas se clasifican en básicas (acueductos, escuelas, hospitales, y lugares con fuentes de abasto propias que las utilizan para el consumo humano) y de vigilancia (ríos).
En las primeras, la muestra de agua se toma antes de que sea clorada y el monitoreo es más frecuente. Por ejemplo, en la red de acueducto de la cuenca Vento –la más importante en tanto abastece del vital líquido a una buena parte de la capital–, el chequeo es mensual. “Y dichos controles arrojan que esas aguas cumplen los índices de calidad sanitaria establecidos en la norma 1021 de 2014”, nos tranquiliza Antonia.
Las segundas estaciones examinan el agua dos veces en el año: en el período seco (noviembre-abril) y en el húmedo (mayo-octubre).
En los ríos existen 33 puntos de muestreo, nueve de estos en el Almendares. Para el análisis del líquido los estudiosos se rigen por la norma NC 27 de 2012 que regula el vertimiento de aguas residuales a las aguas terrestres y al alcantarillado. Evalúan, entre otros parámetros, el PH, la conductibilidad, las demandas química y bioquímica de oxígeno, los sólidos sedimentarios y el fósforo total.
También miden los coliformes totales y los termotolerantes. Estos últimos evidencian la contaminación fecal, y se denominan así porque son capaces de crecer y fermentar la lactosa con producción de ácido y gas, a temperatura de hasta 45 grados Celsius.
En el más reciente boletín emitido por Redcal (mayo a octubre de 2018), se plantea que las principales afectaciones en la calidad del agua son reportadas por las estaciones de vigilancia, “con un alto nivel de coliformes totales y termotolerantes debido a la ausencia de sistemas de alcantarillado y mal funcionamiento de los órganos de tratamiento, lo cual provoca el vertimiento directo a los ríos”.
Hoy la contaminación de estos cuerpos de agua es sobre todo bacteriológica, de origen fecal, estima Lozano Medina. Refiere que hace unos cinco años el mayor daño lo causaban los residuales provenientes de las industrias, pero a partir de la exigencia y el control del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) y otros organismos, muchas han empezado a tratarlos.
“Eso no quiere decir que no contaminen”, aclara la especialista en gestión y manejo de los recursos hidráulicos, y precisa que en la provincia hay 546 fuentes contaminantes, las principales (71) están ubicadas en la cuenca Vento.
Bajo la lupa
Uno de los principales problemas ambientales identificados en la capital es el deterioro de los ecosistemas, muy vinculado con la contaminación de los ríos y arroyos, expresa Yesenia Ibáñez Carbonell, jefa de la unidad de medioambiente de la delegación provincial del Citma.
En la ciudad hay cuatro ecosistemas principales: Este, Oeste, bahía de La Habana y cuenca Almendares-Vento (una de las ocho de interés nacional). Este último está incluido dentro del Plan de Estado para el enfrentamiento al cambio climático, Tarea Vida, como una de las prioridades del territorio.
De ahí el control periódico que realiza el Citma, explica Ibáñez, a las fuentes contaminantes estatales ubicadas sobre la cuenca Vento -relacionadas con las aguas subterráneas fundamentalmente- para chequear el estado de las inversiones encaminadas a disminuir el vertimiento de residuales directo a esa cuenca.
Entre las principales fuentes menciona el Complejo Lácteo, así como las unidades empresariales de base Quesos Managua y Yogur Moralitos, situadas en el municipio de Cotorro, el cual abarca casi toda la cuenca subterránea. “Esas tres entidades han hecho inversiones, pero todavía son insuficientes”, asegura.
En el caso del ecosistema Este destaca tres centros porcinos con problemas en sus sistemas de tratamiento, los cuales realizan inversiones para mejorarlos. “El residual de este tipo es muy agresivo, por lo que es importante cumplir con las normas de vertimiento”, subraya la especialista.
Sondeo en la rada
Las aguas blanquecinas vertidas por una zanja al río Martín Pérez, en su punto de confluencia, son apenas una muestra de los residuos arrastrados por la corriente como un pesado fardo rumbo a la bahía habanera, a la cual van a parar también las aguas residuales que acarrean el río Luyanó, el arroyo Tadeo, y las provenientes del drenaje pluvial de la ciudad.
El Luyanó, por ser el más largo, abarca mayor cantidad de población. A este tributan sus desechos 30 industrias, siete colectores de aguas residuales urbanas de repartos periféricos –sin contar los conectados ilegalmente– y 16 drenajes pluviales y ramales del alcantarillado, explica a BOHEMIA Mercedes Gzegozewski González, directora de gestión ambiental del Grupo de Trabajo Estatal-Bahía de La Habana (GTE-BH).
Los ríos que tributan a la rada aportan a esta, diariamente, 61 toneladas de carga orgánica, contaminación predominante en la bahía, asegura Mercedes Gzegozewski. El parámetro que se usa para medirla es la demanda bioquímica de oxígeno (DBO), el cual permite conocer la cantidad de oxígeno disuelto consumida por los microorganismos en el proceso de degradación de la materia orgánica. Es decir, que el exceso de esta última en un cuerpo de agua reduce el nivel de oxígeno con la consecuente pérdida de la vida que allí se desarrolla de manera natural.
Estudios realizados por especialistas del Centro de Investigación y Manejo Ambiental del Transporte (Cimab) arrojan que el 63 por ciento de las aguas que llegan hoy a la bahía provienen de los drenajes y los ríos, “y la calidad de estas no ha mejorado, al contrario, los parámetros han retrocedido en comparación con años anteriores”, afirma la directora de gestión ambiental del GTE-BH.
En su opinión, el vertimiento de aguas residuales contaminadas a la rada habanera por parte de las industrias ha disminuido, pues muchas han identificado dentro de sus procesos cuáles causan el mayor impacto y han hecho modificaciones para reducir el daño. Otras, han creado órganos de tratamiento como trampas de grasa y fosas sépticas para mejorar la calidad del residual que liberan; y algunas han sido trasladadas de lugar.
Hoy, considera la especialista, la contaminación fundamental procede de los ríos, provocada en gran medida por los desechos que los ciudadanos vierten en estos. Añade que aun cuando no existe un inventario de toda la población que arroja sus residuales líquidos de forma directa a esos cuerpos de agua, “deben haberse conectado más viviendas porque el volumen de la carga contaminante ha aumentado”.
Y ofrece otros argumentos: “estudios que hemos hecho indican que en los ríos que tributan a la bahía hay altas concentraciones de materia orgánica, sobre todo fecal, y sólidos en suspensión (partículas no biodegradables que se disuelven en la columna de agua y que aumentan la turbiedad, entre otros efectos), comportamiento similar al de los colectores del alcantarillado de la ciudad, con picos de concentración en las primeras horas de la mañana, al mediodía, y en las noches durante el horario de comida”.
Jesús Manuel Beltrán González, director de la división de Contaminación del Cimab, ha estudiado la bahía durante años y asevera que esta tuvo un repunte hacia el mejoramiento de su calidad ambiental del 2000 al 2010. Esto indicó que las medidas de mitigación implementadas para su saneamiento fueron adecuadas y han resuelto en parte el grave impacto que tenía este cuerpo de agua marino. Sin embargo, a partir de esa década se ha visto que en cuanto a la calidad de sus aguas y sedimentos, “no se ha incrementado el deterioro, pero tampoco la mejoría”, asegura Beltrán.
Se proyecta que la rada habanera se transforme de enclave marítimo-portuario en turístico-recreativo. Sin embargo, subraya Mercedes Gzegozewski, para cambiar de función hay que modificar, en primera instancia, las condiciones de calidad del agua.
Zonas vedadas
En el fondo del río Cojímar no hay casi oxígeno, es tan poco que resulta insuficiente para que la vida acuática se desarrolle armónicamente, sostienen investigadores del Cimab, quienes en 2015 realizaron el monitoreo ambiental de las aguas en el litoral oeste de la capital, desde marina Hemingway hasta el río Cojímar.
Estudiaron varios aspectos como los indicadores bacteriológicos en la zona de playa y determinaron la presencia de coliformes totales y termotolerantes, así como de la bacteria Escherichia coli (propia de la flora intestinal de los humanos) como indicador de contaminación fecal, una práctica extendida en muchos países.
Para ello se rigieron por dos normas ambientales internacionales –las cubanas no incluyen esa especificidad-, una de Estados Unidos, de 2002, implementada a través de su Agencia de Protección Ambiental, y otra de la Organización Panamericana de la Salud.
Las pesquisas arrojaron que en esos ríos los valores de Escherichia coli superan el fijado en la norma. Aseveran los expertos que, en general, en dichas aguas los valores de coliformes termotolerantes sobrepasan siete veces el establecido en la norma para contacto directo (baño) y cuatro veces para el indirecto (salpicadura).
Tales datos ratifican que los ríos de la capital no están aptos para el baño, por las posibilidades reales de contraer enfermedades como las diarreicas agudas. Tampoco se recomienda usar sus aguas para el riego en la agricultura, ya que no cumplen los parámetros de calidad estipulados para ese fin y contaminan los cultivos.
El estudio demostró, además, la influencia negativa y sostenida de los ríos en la calidad de las aguas costeras de la zona de estudio, y determinó que las áreas de peores condiciones ambientales fueron las cercanas a las desembocaduras de los ríos Almendares, Quibú, Jaimanitas y Cojímar, afirma el director de la división de Contaminación del Cimab.
Muchos cubanos viven de la pesca, sin embargo, los peces en esas zonas no pueden ser consumidos por los seres humanos porque están parasitados debido, fundamentalmente, a la contaminación fecal, advierte Jesús Manuel Beltrán. Por tanto, se deteriora la estrecha relación de los habitantes de esta Isla con el mar, y se pierde un recurso que es fuente de alimentación.
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